MIGUEL HERNÁNDEZ | TRES MESES CIENTOS DE VERSOS

PROPUESTA ESCÉNICA
Es curioso, la idea, la raíz de todo esto nació al cobijo de unas gotas de aceite que terminaban de cubrir la tostada de cada mañana un día cualquiera.
Aceite, olivo, tierra, Miguel.
Al César lo que es del César. La chispa no fue mía, salió de la mente pensante de la mujer que ha decidido ser mi compañera de viaje tal Josefina Manresa.
El que escribe llevaba días dándole vueltas a la cabeza. Buscando el hilo conductor, la premisa que hiciera de esta propuesta escénica algo distinto. Algo que estuviera a la altura de la persona y su obra. Y ella, mi compañera, me brindó la luz:
¿Y por qué no hablas de su estancia en Jaén? ¿De lo que significó Jaén en su vida?
Fue lo más parecido a una iluminación. Todo cobraba sentido. Su luna de miel, los paseos y baños en Jabalcuz, el Miguel corresponsal, los bombardeos en la capital, el frente sur, sus amigos poetas, las vivencias en aquella terraza de la calle Llana, la correspondencia a Josefina… etc. Eran tantas las posibilidades que se nos abrían, que llegué a pensar que aquello era demasiado bonito para ser verdad. Iluso.

Así que la raíz de ese espectáculo aun en ciernes estaba clara, centrar la dramaturgia, el torrente narrativo en ese período de marzo a mayo del 37 y en los ecos, el poso que dejó en su vida y en la de su mujer Josefina. Siempre desde la perspectiva del Miguel hombre, del Miguel persona, del marido… con sus luces y sus sombras, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. Desde el respeto, desde el cariño. Sin juicios ni cortesías. Y a partir de ahí vertebrar la historia, con destellos de lo anterior en su vida y de su triste y conocido final.
La dramaturgia es siempre un proceso complejo, y este no iba a ser menos cuando la apuesta era tan clara: un viaje a esos días (y no otros) donde convivieran la realidad ficcionada, los fragmentos de sus escritos de guerra, las cartas a su mujer. Un juego escénico en el que los actores tendrían la difícil tarea de jugar a ese doble juego de pasar de ser narrador a personaje y viceversa. Óscar Cabrera y Amada Santos serán los encargados de poner vida, cuerpo y voz.
Pero la propuesta escénica necesitaba más, y como parte de su legado ha conjugado de maravilla con el arte de lo musical (sobran los ejemplos) comprendí que era necesaria una revisión, un universo sonoro, un renacimiento de aquellos versos, de los versos que nacieron en Jaén y que sonaran en voz de mujer. Queríamos sentirlos como si fuera una nueva primera vez. Y para esta búsqueda, nada mejor que la sabiduría musical de J. Ortega “Sitoh” y Sole Candela, dos genios de la música con el suficiente bagaje para afrontar esta empresa.
Aun así faltaba algo a nuestra mesa de tres patas. Faltaba lo corpóreo, lo plástico, lo pegado a la tierra. Faltaba la danza. Queríamos ver la palabra hecha carne. Queríamos sentir la poesía de Miguel en movimiento a la música acompasada. La danza como expresión de lo onírico, el inconsciente de Miguel hecho cuerpo. Queríamos cerrar el círculo. Y para ello no podríamos contar con nadie mejor que con las Kata. Las Kata Kanona. Expertas en hacer de lo simbólico emoción.
Y queremos que todo esto huela a tierra, que sepa a aceite, que parezca olivo. Que el público así lo sienta y lo perciba como algo suyo y vivo.
Esta es nuestra propuesta escénica, la de rendir un merecido homenaje al poeta, al hombre, a la mujer, a la tierra… haciendo de la simbiosis del cuerpo, la voz, la música y la palabra nuestra arma. Una propuesta multidisciplinar hecha desde Jaén, con artistas de Jaén sintiendo y amando Jaén. Un ajuste de cuentas, una redención, un acto de justicia, un clamar al mundo, a nuestra gente, a nuestra tierra…
“Para que veas Miguel, lo vivo que estás”.
Jaén, 2013.